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Publicado agosto 23, 2021 por databonaerense - 677 visitas
Aunque son reservorios de agua y brindan servicios imprescindibles, son ecosistemas degradados desde hace más de 50 años. La necesidad de una ley que regule usos sustentables.
Las imágenes de los carpinchos en los barrios privados de Nordelta dominaron la agenda durante los últimos días y provocaron reacciones variopintas. Mientras los vecinos reclaman el control de su reproducción y solicitan el traslado de los “invasores”, distintas organizaciones ecológicas se manifestaron en favor de la convivencia pacífica con los simpáticos roedores. De hecho, fue tal el alboroto que generaron estos animales de cuerpo símil barril y cabeza pequeña (llegan a pesar 65 kilos), que hasta el Ministerio de Ambiente se pronunció al respecto, a través de sus redes: “El avance de la urbanización sobre los humedales afecta a nuestra fauna nativa de manera directa. Como consecuencia, especies como el carpincho han quedado excluidos de su ecosistema”.
El desmonte, el exitoso despliegue de emprendimientos inmobiliarios y la expansión de la frontera agrícola, provocó que los carpinchos –desplazados– fueran en busca de un sitio para establecerse. Aunque los habitantes de las zonas aledañas protesten contra su presencia por ser “potencialmente peligrosos” (la viralización del choque en moto se emplea como argumento a favor de su traslado), hoy ocupan un sitio que a los animales les pertenece desde hace décadas.
“Personalmente, no romantizaría el tema de los carpinchos”, dice el biólogo Sergio Federovisky y le quita el tono espectacular a la cuestión. “Tampoco tiendo a pensar que en un acto de arrojo decidieron recuperar la porción de naturaleza que habían perdido. Lo hacen durante estos días porque se produjeron condiciones particulares: una reproducción excesiva que se suma a la ausencia de predadores”, detalla el viceministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación. Después opina: “Lo que creo que el tema revela es la destrucción de las redes tróficas entre las especies. De todos modos, es verdad que no deja de constituir una señal interesante para poder reflexionar al respecto de qué manera los humanos nos vinculamos con el escenario natural y los espacios silvestres”. Si de repensar el escenario natural se trata, la referencia directa es para los humedales.
Aunque los humedales constituyen reservorios de agua fundamentales, a menudo son etiquetados por el mercado inmobiliario y agropecuario como “tierras improductivas” y “fuentes de plagas”. De hecho, a pesar de la enorme capacidad de prestar bienes y servicios que tienen estos ecosistemas, en las últimas décadas han afrontado una marcada degradación, principalmente a partir de actividades humanas. “No da lo mismo tener humedales que no tenerlos“, afirma Rubén Quintana, doctor en Ciencias Biológicas y apasionado en el rubro desde hace más de 30 años.
Luego de la sentencia, comparte una paradoja: “Tanto a nivel nacional como internacional existe una mayor conciencia acerca de la importancia que tienen. Sin embargo, como contracara, se desarrolla un proceso agresivo de pérdida, que se desplegó durante el siglo XX y en el XXI se profundiza. La aniquilación de estos espacios representa el triple de la tasa anual de pérdida de los bosques… así que imaginate”, expresa el Investigador del Conicet en el Instituto de Investigación e Ingeniería Ambiental de la Universidad Nacional de San Martín.
Según la definición que brinda el Ministerio de Ambiente, los humedales son áreas que permanecen “en condiciones de inundación o con suelo saturado de agua durante considerables períodos de tiempo”. Si bien se calcula que, a nivel mundial, cubren 12 millones de km2, desde 1970, su extensión ha disminuido aproximadamente en un 35 por ciento. Entre las principales causas, se halla la urbanización, los procesos de deforestación, la pesca, la contaminación, el cambio climático y la introducción de especies invasoras. La otra gran amenaza la constituye el fuego: solo en 2020 se perdieron cerca de 350 mil hectáreas por los incendios que arrasaron las islas del Delta del Paraná.
En Argentina, existe una enorme diversidad de humedales: además del Delta y los Esteros del Iberá (Corrientes), hay otros que se ubican en zonas áridas y que brillan por su importancia local, al proveer agua dulce y forraje para ganado. En total, son 23 los que poseen relevancia internacional y representan una superficie que supera los 5,5 millones de hectáreas.
“Principalmente, los humedales contribuyen a la retención, la filtración, la absorción y la purificación del agua. También es central su actividad como esponja que morigera con mucho éxito a las inundaciones. De hecho, está demostrado que cuando un humedal desaparece, las inundaciones son muchísimo más violentas“, explicaFederovisky.
Conservarlos, como apuntaba el funcionario, es medular para proteger la diversidad biológica (muchas especies de flora y fauna dependen directamente de ellos para sobrevivir); porque funcionan como amortiguadores de las inundaciones (las controlan al actuar como esponjas y filtrar el agua lentamente a través del suelo); mitigan el cambio climático (actúan como sumideros de carbono); abastecen de agua (la retienen y almacenan para uso industrial, agrícola y doméstico). Asimismo proveen alimentos, materiales y medicinas (se generan productos a base de plantas, animales y minerales); operan como primera línea de defensa contra las tormentas (reducen el impacto de las olas); y, como si fuera poco, contribuyen a estimular la recreación y el turismo (por su belleza natural y diversidad biológica, potencia las economías regionales).
En este marco, si son tan importantes: ¿por qué no se regula su conservación y su uso sustentable?
“En Buenos Aires, el caso más cercano lo constituye la urbanización sobre áreas de humedales en el Nordelta. En el bajo Delta, para poner otro caso, entre 1994 y 2010, se perdieron 88 mil hectáreas de humedal, algo así como el 45 por ciento. La construcción de barrios privados avanza sobre estas zonas por algo obvio: los terrenos son más baratos. La inversión en movimientos de tierras y demás adecuaciones conviene a los agentes inmobiliarios. La ecuación les cierra”, advierte Quintana. Los procesos de drenado y endicado de los humedales se producen para habilitar el avance ganadero y promover los emprendimientos urbanos. Incluso, en algunos casos, también se los degrada para impulsar el desarrollo de actividades agrícolas, con cultivos de arroz y soja.
En materia de regulación de humedales, el único mojón robusto fue el Ramsar: la convención que se firmó en Irán (1971) y que apuntaba a la conservación y el uso racional de los humedales. Argentina aprobó la Convención sobre los Humedales en 1991, a través de la Ley 23.919 (y sus enmiendas en la Ley 25.335). La administración de estos escenarios naturales se encuentra, según corresponde, a cargo de las jurisdicciones provinciales, CABA o la Administración de Parques Nacionales (en el caso de constituir un área natural protegida). No obstante, a la fecha no existe una ley que normativice y evite su desaparición.
El miércoles, la Multisectorial Humedales Rosario marchó desde Plaza de Mayo a Congreso, donde realizó un acto y presentó un petitorio, con más de 400 organizaciones socioambientales de todo el país. El objetivo fue exigir el tratamiento del proyecto de Ley de Humedales. Sus referentes apuntan que la norma está “cajoneada”, por obra y gracia del lobby agropecuario e inmobiliario. Federovisky plantea: “Más que discutir sobre la conservación de los humedales, habría que hacerlo sobre cómo mantener vigentes los servicios ambientales que presta un humedal. Si debatimos exclusivamente sobre su conservación, pareciera que se está inhabilitando cualquier actividad productiva en cualquier humedal”. Desde su punto de vista, habría que adecuar una norma con el propósito de establecer con precisión “qué actividades sobre qué humedales están permitidas y cuáles actividades sobre otros humedales no lo están“.
El ejemplo más cabal, menciona el funcionario, es el de los humedales de la cuenca Río Luján. “En la medida en que desaparecieron y fueron reemplazados por barrios cerrados, se generó el impacto creciente de las inundaciones. Desapareció el servicio ambiental que los humedales prestaban al retener agua y absorberla”.
Quintana acuerda con la mirada de Federovisky y apunta: “Las regulaciones no deben dejarlos intactos sino planificar usos sustentables. Hoy en día cada propietario toma decisiones sobre ellos sin tener en cuenta los contextos territoriales. Cuando hacen los endicamientos, nunca piden las autorizaciones correspondientes”, dice Quintana. ¿Para qué construyen diques? Para que el agua no los inunde. El problema es que no tienen en cuenta la alteración de los regímenes hidrológicos que ocasionan y que culminan por perjudicar a la gente que no tiene el poder adquisitivo suficiente para edificar sus propias barreras. “Cuando llueve mucho, el agua permanece durante más tiempo en los campos que no están endicados, porque no consigue drenar”, agrega el científico.
“El gran problema lo tenemos en las áreas periurbanas, allí debemos poner el acento en protegerlos, principalmente, de la actividad inmobiliaria y agropecuaria, sin ningún tipo de regulación. Estamos fallando: no tenemos Ley de Humedales y los proyectos que había perdieron estado parlamentario“, comenta Federovisky. Luego continúa: “Hay todo un sector productivista que se enfrenta a la posibilidad de una Ley de humedales, porque presupone que se prohibirá todo, cuando en realidad lo que se plantea es discutir qué tipo de construcciones y qué clase de actividades podrían permitirse”.
El aspecto subyacente es que los empresarios inmobiliarios y agropecuarios se oponen a cualquier tipo de regulación porque la ausencia de normas promueve una desregulación regulada. Explica Quintana: “Cada vez que existió un proyecto de ley, no resistió a las presiones de los diferentes sectores y perdió estado parlamentario”. Y alerta: “La ley ayudará a ordenar actividades bajo pautas coherentes de manejo, pero no solucionará los problemas de degradación, porque todo deberá estar acompañado de acciones y políticas bien definidas”.
Por Pablo Esteban
pablo.esteban@pagina12.com.ar
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